El océano medieval era un espacio ignoto, poblado de monstruos y otros peligros inimaginables. La primera vuelta al mundo, y muchas otras expediciones entre los siglos XV y XVI, convirtieron aquella fuente de peligros en un espacio que acabaría convertido en el epicentro de la geopolítica moderna. Este artículo, primero de una serie de cuatro, repasa parte del imaginario medieval poblado de monstruos marinos.
No deja de ser una paradoja curiosa -o perversa según se mire- que la celebración del Quinto Centenario de la circunnavegación de Magallanes y Elcano -con todo el simbolismo que conlleva de apertura el mundo, inicio de una historia global y conectada o explosión de la movilidad humana que rodea a la hazaña- haya venido a coincidir con estos momentos en los que una parte notable de la ciudadanía de ese mundo conectado está confinada en sus domicilios e impelida al aislamiento social. Casi en el mismo orden en el que en su momento nos abrimos a la globalidad (China, Europa, el Nuevo Mundo, luego el resto) volvemos a cerrar las puertas y a cuestionarnos los resultados de esa hiperconexión global. Siguiendo con la paradoja, parece que también en esta situación de confinamiento dedicaremos muchas horas a "navegar". Es algo más que un esperable juego de palabras. Esa idea de navegar -de viajar sobre cualquier superficie no sólida (agua, aire, el espacio) e incluso virtual- asociada en la cultura occidental a búsqueda, descubrimiento, experimentación, indagación o emprendizaje, no nació con la expedición de Magallanes-Elcano, pero sí tuvo en ella algo parecido a un momento bisagra, el que marca un antes y un después. El que permitió pasar de imaginar, y poco más, el océano, a conocerlo y dominarlo.
Imaginar el océano
Non est potestas super terram quae comparetur ei: no hay ningún poder sobre la tierra que se le pueda comparar. Con esta cita bíblica (Job 41,24) ilustraba Hobbes en 1651 la portada de su Leviatán. Muy oportunamente, eligió el monstruo bíblico del mismo nombre y dotado de un poder inimaginable para ejemplificar el que él estaba construyendo en su obra, el del estado.
Pero aquí no interesa el estado, sino el monstruo. Se ha querido ver en Leviatán una infinidad de animales -reales o fantásticos- como el cocodrilo, el dragón, una serpiente gigantesca y, sobre todo, la ballena. En todos los casos, se trataba de un animal de proporciones inenarrables que surgía del océano para atacar a un ser humano. Son numerosos los ejemplos que pueblan la imaginación occidental, desde el bíblico Jonás hasta Moby Dick e incluso Pinocho, con episodios semejantes. Quizá merezca la pena detallar uno de los más antiguos y que más impacto tuvo en las representaciones medievales: la leyenda de San Brandán.
Fue San Brandán uno de los monjes evangelizadores de Irlanda, y vivió entre los siglos V y VI. Quinientos años después, se escribieron sus andanzas en la Navigatio Sancti Brandani, y entre otras muchas destaca una anécdota. Se cuenta que, en cierta ocasión y estando en plena navegación, el monje decidió tomarse un respiro y celebrar una eucaristía, para lo cual eligió un islote que habían avistado. Tras celebrar la misa, se decidió encender una hoguera. Cuál sería su sorpresa al descubrir que el islote no era tal sino una ballena que se removió al notar el fuego.
Saint Brendan of Clonfert en ''Manuscriptum translationis germanicae” (ca. 1460 AD).
El tema del peligro de confundir la tierra con estos gigantescos habitantes del océano con tierra firme fue representado numerosas veces, e incluso dio pie a leyendas de islas que aparecían y desaparecían. El lector puede apreciar algunas de estas representaciones en la interesante web de Alberto Reche acerca de los peligros del mar (Reche, 2016).
Lo que aquí interesa es lo mucho que la leyenda revela acerca de la concepción medieval del océano. Esencialmente, advierte de que el espacio ubicado más allá de las columnas de Hércules era un espacio lleno de peligros para el ser humano, un espacio ignoto y deshumanizado, hecho este que confirman sobradamente otros textos. Autores que han explorado este tema como Peter Sloterdijk (2007, 60) o Isabel Soler (2003, 96), nos recuerdan que la misma Biblia o textos clave como la Divina Comedia contienen datos más que interesantes al respecto. Por ejemplo, que Dante definió el océano -a partir del lugar donde Hércules “fijó sus límites para que hombre alguno no pasase más allá”- como un “mundo deshabitado” (Divina Comedia, Infierno, XXVI) y que situó a Lucifer en mitad de un lago helado del que sobresalía medio cuerpo (Divina Comedia, Infierno, XXXIV). As,imismo el Apocalipsis proclamaba que, tras el Juicio Final y la llegada del Mesías, el mar ya no existiría: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido; y el mar no existía ya” (Apocalipsis 21,1).
Lucifer en el lago helado. Ilustración de Gustavo Doré para la Divina Comedia (Infierno, XXIV) (1861-68)
El océano era, en suma, uno de los grandes espacios prohibidos en la mentalidad medieval. Me explico. La cultura medieval no concebía el espacio como nosotros. Debemos comprender que el medieval era un mundo de comunicaciones muy penosas, lo cual imposibilitaba de facto una concepción lineal y homogénea del espacio. Este se veía, esencialmente, como el mundo habitado, de manera que no se imaginaban tanto grandes extensiones territoriales con sentido propio como espacios discontinuos salpicados de puntos poblados. En medio, la nada, o mejor, los espacios no dominados o prohibidos para el ser humano por ser especialmente inhóspitos o por estar poblados por seres peligrosos. En suma, el reino donde la naturaleza dominaba al ser humano. Desiertos, bosques y océanos eran, por excelencia, esos espacios inhóspitos (Soler, 2003) y el dragón, por su parte, quizá sea el mejor ejemplo de los peligros que imagina el hombre en ellos. Múltiples leyendas pueblan las culturas locales de occidente narrando el sometimiento del dragón por el pueblo o por determinados héroes, y componen un fabuloso testimonio del progresivo crecimiento de la autoconfianza humana en su capacidad de domesticar esos espacios. Esa misma concepción de espacio no dominado y poblado de fuerzas sobrehumanas era la que se aplicaba al océano y a sus fantásticos moradores.
De modo que, podemos concluir, el océano medieval era un espacio ignoto, casi prohibido para el ser humano, poblado de monstruos y otros peligros inimaginables. En suma, un espacio que separaba.
Otros artículos de esta serie:
El Océano, antes y después de Elcano (2/4): Mapamundis y viajes.
El Océano, antes y después de Elcano (3/4): El impacto de la primera circunnavegación
El Océano, antes y después de Elcano (4/4): Dominar el océano