Los navegantes europeos alcanzaron la isla de Terranova y la costa sur del Labrador mientras buscaban el “paso del noroeste”. La conexión del Atlántico y del Pacífico para alcanzar las Islas de las Especias, bordeando el continente americano por su parte más septentrional. Y como los comerciantes y los hombres del mar guipuzcoanos y vizcaínos participaron activamente en ambas navegaciones resulta muy fácil establecer múltiples relaciones entre estos viajes y el mundo marítimo vasco.
Coincidiendo con la llegada de los navegantes portugueses y castellanos a las Islas de las Especias, unos recorriendo el Índico y otros cruzando el estrecho de Magallanes, algunos marinos europeos, súbditos de distintos monarcas, iniciaron la búsqueda de un paso que, por el norte del continente americano, permitiera llegar al mismo destino. Esta iniciativa terminó por malograrse, no siendo posible la localización de la ansiada conexión, pero, como efecto de los viajes realizados a aquellas latitudes tan septentrionales, los navegantes europeos alcanzaron las aguas de Terranova, descubriendo una fuente de fortuna con la que no habían soñado.
Arponeo de ballena en el siglo XVI. Acuarela de Guillermo González de Aledo, 1992. Colección Euskal Itsas Museoa.
Se trataba de la riqueza generada con los viajes pesquero-comerciales para pescar bacalao y cazar ballenas. Actividades en las que se involucraron, principalmente, franceses, ingleses y castellanos naturales de la Provincia de Gipuzkoa y del Señorío de Bizkaia en el período que transcurre desde las primeras décadas del siglo XVI y hasta 1713. En esta fecha, con la firma de los Tratados de Utrecht, Inglaterra se hizo con el control de Terranova. Francia logró conservar sus derechos de pesca en la zona, si bien tuvo que ceder los dominios que poseía en Terranova a la Monarquía inglesa. Mientras que guipuzcoanos y vizcaínos perdieron los derechos pesqueros en el área en virtud de la interpretación que Inglaterra realizó del artículo 15 del Tratado acordado entre las Coronas de Inglaterra y España. Siendo estos derechos de pesca lo único de lo que se podía privar a los navegantes vascos porque, a diferencia de las Monarquías francesa e inglesa, la Hispánica nunca llegó a establecer colonias en la costa canadiense.
El descubrimiento de Terranova había tenido lugar en 1497 por Juan Caboto, un navegante, nacido en Génova, que al servicio de Enrique VII de Inglaterra partió del puerto de Bristol con la idea de abrir una ruta por los mares del norte hacia las Islas de las Especias. De modo inmediato, siguiendo la estela del italiano, otros europeos se involucraron en la misma aventura, en algunos casos con el respaldo de sus respectivas Monarquías. Pero, pronto, el interés inicial por la búsqueda de este camino a las Molucas se entrelazó con el deseo de explotar las riquezas de Terranova, hasta que, finalmente, se abandonó la idea de encontrar el paso hacia Oriente y solo permaneció el interés por el control y disfrute de los recursos económicos asociados a la explotación de la ballena y del bacalao, actividad que los navegantes vascos controlaron, aproximadamente, entre 1530 y 1580.
Mapa de las Molucas de Willem Blaeu. 1630.
Otra conexión entre las navegaciones a Terranova y a las islas de las Especias con el mundo marítimo guipuzcoano y vizcaíno viene de la mano de algunos navegantes ajenos a Bizkaia y a Gipuzkoa que participando en estos viajes, bien navegando, bien interviniendo en su organización, entraron en contacto con los comerciantes y los hombres del mar del Señorío y de la Provincia.
Este fue el caso de Esteban Gómez, un navegante y explorador de origen portugués, cuyo nombre aparece asociado a las navegaciones tanto a Terranova como a las Molucas, viajes que le permitieron relacionarse con el mundo marítimo vasco.
En 1519 formó parte de la expedición de Magallanes-Elkano, primero como piloto mayor de la Armada y más tarde como piloto de la nao San Antonio, aunque su participación en esta travesía ofrece algunas sombras porque en las cercanías del estrecho de Magallanes desertó, regresando a la Península Ibérica a principios de mayo de 1521, lo que conllevó su detención y encarcelamiento. Pero, una vez perdonado, Carlos I volvió a contar con él para nuevas empresas. Junto a Diego de Covarrubias y el capitán Nicolás de Artieta, natural de Lekeitio, recibió el encargo de organizar la nueva expedición que debía conducir a los castellanos a las Islas de las Especias, cruzando una vez más el estrecho de Magallanes, y en la que perderían la vida dos de sus responsables, García Jofre de Loaísa y el propio Juan Sebastián Elkano. Y mientras se preparaba este viaje se le encomendó la dirección de otro para encontrar el paso del noroeste que condujera hasta el “Catayo oriental”.
Asiento con Esteban Gómez para ir a buscar el paso del Noroeste. Valladolid, 27 de marzo de 1523. Archivo General de Indias. Indiferente, 415, L. 1, fols. 34v.-36r., la imagen se corresponde en concreto con el fol. 34v.
Para esta navegación, por las costas septentrionales americanas, se nombró a Esteban Gómez capitán de la carabela Nuestra Señora de la Anunciada. La nave, fabricada en Bilbao, superó el tonelaje de 50 toneles y el coste de 1.500 ducados inicialmente previstos en la capitulación firmada el 27 de marzo de 1523, y para su apresto Esteban Gómez contó con la colaboración del Señorío de Bizkaia, así como del Corregimiento de las Tres Villas de la Costa (Castro Urdiales, Laredo y Santander) después de que el monarca extendiera a tal fin dos cédulas el 14 de abril de 1523. El viaje, con una tripulación mayoritariamente formada por marinos vascos, se inició en La Coruña, aunque no llegó a concluir con éxito. Esteban Gómez y su tripulación tras alcanzar la costa de Nueva Escocia, considerando que el paso se encontraría en algún punto entre Florida y Terranova, recorrieron las bahías de Chesapeake, Delaware, Long Island y Newport, rebasando cabo Code, para a continuación, en lugar de proseguir el viaje hacia el norte, girar y enfilar hacia el sur, hasta retornar a La Coruña en 1525.
De modo que la participación de los vascos en los viajes a Terranova y a las Molucas en el siglo XVI testimonian la vinculación que les unía con el mar y el conocimiento y dominio que tenían de muchos oficios marítimos.