Sanlúcar de Barrameda se sitúa en el vértice de un auténtico “Cabo Cañaveral”, de un “Baikonour” de la transición entre los siglos XV y XVI, y constituye un núcleo privilegiado en un marco geográfico, cultural e histórico verdaderamente singular de cara a la evolución de la Historia de la Humanidad: el Golfo de Cádiz y la desembocadura del Guadalquivir.
Hace ahora casi quinientos años, hace ahora casi medio milenio, uno de esos puñados de valientes de los que a veces la Historia se hace eco llegó -regresó- por mar a la ciudad de Sanlúcar de Barrameda, agotados, casi olvidados de todos, inesperados, ignotos, comandados por un gran marino, el vasco Juan Sebastián de Elcano, quien con su decisión de aproar a Occidente desde el Extremo Oriente daría forma definitivamente a la I Vuelta al Mundo.
Nada tenía de extraño que un barco llegase a las orillas de Sanlúcar de Barrameda en el siglo XVI: la ribera sanluqueña estaba hecha a recibir y ver partir naves de forma cotidiana, ya que Sanlúcar era un enclave esencial en el ámbito de la desembocadura del Guadalquivir y el Golfo de Cádiz, un fundamental punto de inflexión en las navegaciones entre el Mediterráneo y el Atlántico, entre el mundo europeo y África, entre el interior del valle del Guadalquivir -que contaba con el gran núcleo y puerto hispalense- y las rutas oceánicas que abrían estas tierras del suroeste peninsular hacia el mundo exterior.
Que una embarcación procedente de tierras muy lejanas alcanzase el puerto sanluqueño tras culminar una navegación larga y compleja no tendría tampoco nada de extraordinario: el histórico eje de comunicaciones de la desembocadura del viejo río Baetis sabía bien lo que era contemplar, a lo largo de los siglos y desde la Antigüedad, la presencia de naves y gentes procedentes de distantes tierras, de geografías remotas, desde los tiempos en que los navegantes fenicios alcanzaban estas costas meridionales y Roma se enseñoreaba de las mismas, hasta la Edad Media, cuando los hombres del Norte, los vikingos, asolarían este bético litoral allá por el siglo IX, cuando el poder islámico controlaba las orillas y las tierras del Guadalquivir, el antiguo río Grande.
Ilustración de Arturo Redondo.
Inicio y final de la expedición que dio la primera vuelta al mundo
Dicho lo cual, ¿qué podía tener, entonces, de singular, de especial, de extraordinario, el que una embarcación procedente de tierras lejanas arribase hasta unas riberas sanluqueñas tan acostumbradas desde antiguo a ver llegar a sus playas embarcaciones de toda naturaleza y condición y de múltiples procedencias tras haber coronado una muy larga navegación…? Lo que hacía de ese maltrecho barco, la nao Victoria, y de ese no menos maltrecho a la par que reducido grupo de valientes que lo tripulaba un conjunto extraordinario, verdaderamente singular y único, era en primer lugar la propia naturaleza del viaje que les había llevado tan lejos para devolverles al punto de partida del mismo.
Junto a todo ello es de destacar la propia esencia de la expedición y el hecho de que después de tres eternos años de navegar los azules prados de Neptuno estos escasos 18 marinos supervivientes de los más de doscientos que iniciaron esta odisea hubiesen conseguido, insospechadamente, volver a la Sanlúcar de Barrameda que les había visto hacerse a la mar culminando así entre septiembre de 1519 y septiembre de 1522 la Primera Circunnavegación de la Tierra, la Primera Vuelta al Mundo, el viaje más extraordinario acometido hasta ese entonces por la Humanidad, navegando siempre hacia Occidente.
La maltrecha nao Victoria con su tripulación de héroes comandada por Juan Sebastián de Elcano llegaba por fin (cuando nadie la esperaba ya) a Sanlúcar de Barrameda el seis de septiembre de 1522, tras una travesía azarosa y plena de peligros iniciada precisamente en Sanlúcar de Barrameda tres años antes, el 20 de septiembre del año 1519.
Este azaroso periplo había llevado a la flotilla comandada inicialmente por Hernando de Magallanes (una pequeña Armada compuesta por las naos Victoria, Santiago, San Antonio, Trinidad y Concepción), al servicio del emperador Carlos V, a zarpar desde Sanlúcar de Barrameda con los últimos destellos del verano de 1519 para afrontar las incertidumbres de las navegaciones oceánicas en busca de las especias guardadas en las Islas del Maluco, en el Extremo Oriente, hasta que dicha expedición, reducida a la singular presencia de la nao Victoria en su retorno a las aguas sanluqueñas y desaparecidos en los diferentes avatares del viaje la mayoría de los marinos que la comenzaron en 1519, colmaría sobradamente las expectativas de quienes la lanzaron a la mar, culminando un viaje, primero de su especie, que demostraba empírica y definitivamente la esfericidad de la Tierra y que venía a representar a todas luces un avance sin parangón en los horizontes de la Humanidad.
De esta manera, después de tres largos y azarosos años de navegación, se completaba la Primera Vuelta al Mundo, se abría un horizonte nuevo ante los ojos de la Humanidad, y Sanlúcar de Barrameda tenía el honor de ser el marco de referencia y el alfa y omega de ese crucial momento de la Historia.
Base espacial del siglo XVI
Sanlúcar de Barrameda, espacio privilegiado en la intersección del Golfo de Cádiz y la desembocadura del río Guadalquivir, enclave fundamental en el desarrollo de las navegaciones oceánicas, de las exploraciones que redondearon el Orbe y permitieron desarrollar la primera mundialización del planeta, vino a constituir (como hemos señalado en no pocas ocasiones con anterioridad) el vértice de ese auténtico “Cabo Cañaveral”, de ese “Baikonour” de la transición entre los siglos XV y XVI (del momento histórico entre las Edades Media y Moderna), un núcleo privilegiado en un marco geográfico, cultural e histórico capital de cara a la posterior evolución de la Historia de la Humanidad: el Golfo de Cádiz y la desembocadura del Guadalquivir.
Este espacio privilegiado del Golfo de Cádiz y la desembocadura del Guadalquivir tenía en la ciudadela de la corona de la Barranca y su extensión en el Arrabal de la Ribera, en la Sanlúcar de las postrimerías del Cuatrocientos y los comienzos del Quinientos, el punto axial de referencia para las navegaciones oceánicas que habían llegado hasta el lejano y legendario archipiélago de las Afortunadas, por ejemplo, y más allá del mismo, hasta el Caribe y con ello hasta el Nuevo Mundo Americano, de mano de las expediciones colombinas, que también -como su promotor y protagonista, el Almirante Cristóbal Colón- guardaron una estrecha relación con la entonces villa sanluqueña.
Sanlúcar, como decimos, se constituía, en los albores de la Modernidad, como el eje de un verdadero “Cabo Cañaveral” de la época, desde donde se hacían a la mar las “naves espaciales” del momento, aquellas naos como las de Magallanes y Elcano.