La exploración interior. Religiosidad, miedos y superstición en los primeros viajes oceánicos. (3/3)

Xabier Armendariz, Historiador marítimo
1 ABR, 2022

Bajo la óptica actual existe una diferencia diáfana entre la realidad y la superstición, sin embargo a comienzos del siglo XVI esta frontera era muy difusa.  

Vistos desde la perspectiva actual, los primeros viajes oceánicos únicamente suponían un reto técnico a superar, pero como cualquier líder de expedición o de empresa que incluya un alto grado de incertidumbre. Subestimar u olvidar el aspecto emotivo y supersticioso es un error por omisión que a menudo se comete desde la historiografía actual.

En la crédula mentalidad de los marinos de la época, todos los seres mitológicos eran reales y podían manifestarse en cualquier momento, arruinando la vida de los tripulantes y conduciendo el barco a los abismos. Las supersticiones, mezcladas con elementos cristianos, eran muy comunes, siendo toleradas -cuando no fomentadas- por el clero. Así la cartografía marítima producida entre los muros de los monasterios aún seguía poblando los mares desconocidos de bestias fabulosas tan populares en el medievo europeo. Un ejemplo es la obra del sacerdote y geógrafo sueco Olaus Magnus, que en 1539 aún puebla los océanos, en especial los más alejados como el Índico, de todo tipo de seres aterradores.

En la crédula mentalidad de los marinos de la época, todos los seres mitológicos eran reales y podían manifestarse en cualquier momento, arruinando la vida de los tripulantes y conduciendo el barco a los abismos.

No existía una razón objetiva para no creer en las historias de taberna contadas por viejos marineros o transmitidas por vía oral de padres a hijos. Las primeras crónicas de los navegantes que se aventuraron a navegar más allá de las costas conocidas parecían dar carta de naturaleza a estas historias, puesto que provenían de fuentes de toda solvencia. Según la transcripción de Bartolomé de las Casas, del Diario de a bordo del  Primer Viaje de Colón el propio almirante identificaba sin dudarlo como sirenas lo que  pudo ser alguna clase de mamífero:

"El día pasado, cuando el Almirante iba al río del Oro, dijo que vio tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras veces vio algunas en Guinea, en la costa de Manegueta."

Nadie ponía en tela de juicio la existencia de estos seres que se describieron en los libros de ictiología científica hasta bien entrado el siglo XVIII. Cuanto más alejado se considerase el destino más fabulosas eran las historias mezcladas con la realidad objetiva. La llamada Sirena de las Molucas se contaba entre las maravillas que aguardaba a la expedición de Magallanes-Elcano, además de la riqueza de las especias.

Sirena de las Molucas. Poissons, Ecrevisses et Crabes. Ernst Mayer Library. 1719

La llamada Sirena de las Molucas se contaba entre las maravillas que aguardaba a la expedición de Magallanes-Elcano, además de la riqueza de las especias.

Entre los miedos intrínsecamente relacionados con la navegación, una vez más del Primer Viaje de Colón procede la descripción del Mar de los Sargazos, una región que se creía poblada de seres de pesadilla y donde las naos podían quedar atrapadas irremediablemente. A ello habría que sumar otra suerte de trampa mortal como eran las calmas ecuatoriales. En estas latitudes desventadas de calor asfixiante corría el rumor de que la temperatura podía alcanzar el punto de ebullición. Otro temor que hoy parecería infantil es la creencia en la existencia de islas magnéticas de donde se sospechaba provenían las piedras con las que se imantaban las agujas de marear. Por una cuestión de lógica navegar en las cercanías de esas islas -cuyo ubicación era secreta, algo que alimentó la leyenda-, podía suponer que un barco perdiera todos sus clavos de hierro desmontándose y naufragando irremediablemente.

Magallanes a la salida del Estrecho. Magnífica representación de la mentalidad de la época, donde los seres mitológicos y las divinidades religiosas se mezclaban. Alegoría en los viajes de Fernando de Magallanes, por Theodor de Bry (1528-1598), siglo XVI.

En el ámbito de las supersticiones cotidianas a bordo de las naos, cualquier actitud que pudiera atraer la mala suerte era evitada a toda costa. Un ejemplo es silbar a bordo, lo que podía atraer a las tempestades. Escupir por la borda o tirar agua, especialmente por popa, acarreaba la podredumbre o escasez del agua potable. El hecho de matar aves marinas se consideraba fuente de todo tipo de maldiciones, puesto que se creía que el alma de  los marinos ahogados habitaba en estas aves. Otras supersticiones han llegado a nuestros días en forma de refranes mezclados con la religión, como las relativas a los días que se debía evitar zarpar: los viernes, por ser el día de la crucifixión de Cristo o el 31 de diciembre por ser la fecha en la que Judas se ahorcó.

... corría el rumor de que la temperatura podía alcanzar el punto de ebullición y existía la creencia de islas magnéticas de donde se sospechaba provenían las piedras con las que se imantaban las agujas de marear.

Es difícil convencer a un marino de lo inverosímil de algunas creencias y leyendas escuchadas por boca de otros marineros, cuando tiene ante sí, por ejemplo, el fuego de San Telmo en  lo alto de los palos. El diario de Pigafetta relata:

"El sábado 26 de octubre, al anochecer, costeando la isla de Biraham-Batolach, sufrimos una borrasca, durante la cual recogimos velas y rogamos a Dios que nos salvase. Vimos entonces en el tope de los mástiles a nuestros tres santos, que disiparon la oscuridad durante más de dos horas: San Telmo en el palo mayor, San Nicolás en el de mesana y Santa Clara en el trinquete."

El Fuego de San Telmo en la arboladura de una nao.

En general, a diferencia de los fracasos, que eran fruto de la adversidad, cualquier éxito durante una travesía se atribuía a la Divina Providencia. Para conjurar la mala suerte y propiciar la intervención divina en momentos de peligro extremo, como tormentas o accidentes,  se realizaban votos o promesas a los santos y vírgenes preferidos por cada marinero, con el juramento de realizar una ofrenda en agradecimiento por la intervención divina a modo de exvoto. 

"10 de enero de 1522. Mientras navegábamos por estas islas sufrimos una tempestad que puso en peligro nuestras vidas, e hicimos el voto de ir en peregrinación a Nuestra Señora de la Guía si nos salvábamos".

Como hemos visto, lejos de tratarse de creencias de los marineros estas actitudes eran consustanciales a la especial forma de religiosidad de toda la tripulación, incluidos por supuesto Magallanes o Elcano. Continuando con Pigafetta, este termina su crónica describiendo el cumplimiento de los votos que llevaron a cabo los supervivientes de la expedición nada más finalizarla en Sevilla:

"9 de septiembre de 1522. El martes saltamos todos a tierra, en camisa y descalzos, con un cirio en la mano, y fuimos a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la de Santa María de la Antigua, como lo habíamos prometido en los momentos de angustia."

Conocemos por los testimonios que nos han llegado de la terrible experiencia que supuso para la expedición el cruce del Pacífico, lidiando con el escorbuto, la hambruna y la falta de agua, situación que se repetiría en el Índico. Sin embargo, tan solo podemos imaginar el efecto psicológico que el escorbuto, una enfermedad casi desconocida hasta entonces, las terribles calmas ecuatoriales de los tres océanos y el peso de los temores y supersticiones, pudieron ejercer en las mentes debilitadas de las tripulaciones. En estas condiciones el liderazgo de capitanes y maestres para mantener aquel exiguo mundo flotante en equilibrio durante años, adquiere un nuevo valor y refuerza la idea de que la vuelta al mundo de Elcano superó todas las barreras geográficas, humanas, e incluso divinas.