La exploración interior. Motivaciones, religiosidad y superstición en los primeros viajes oceánicos. (2/3)

Xabier Armendariz, Historiador marítimo
1 MAR, 2022

El afán de gloria, de ganancias y de aventura no son los únicos componentes en la mente de los marinos. Existían numerosos peligros e incertidumbres para los que son necesarias herramientas que mantengan no sólo la moral de la tripulación sino la seguridad a bordo.

En los albores del siglo XXI, cuando analizamos la mentalidad de los marinos que embarcaron en la Armada de la Especiería, tendemos a creer que la religión, y en este caso la católica, tenía un gran peso y protagonismo a bordo.  Si bien es cierto que en la vida en tierra  la religiosidad impregnaba todos y cada uno de los espacios de la sociedad, a bordo de las naos de la expedición era más difícil mantener actitudes y costumbres de tierra, con lo que la presión religiosa se relajaba bastante. Era muy habitual que se considerara a los marinos como impíos, lo que no es del todo cierto, sin embargo conviene separar  religión y religiosidad, que no son en absoluto sinónimos. En un mundo tan privativo como el marítimo, la religiosidad puede mezclarse con la mera superstición hasta convertirlo en una forma especial de fe. Para un marino al que como se suele apuntar "tan sólo le separa de la  muerte el grosor de una tabla" cualquier elemento que psicológicamente le haga creerse a salvo es de un valor incalculable.

En la expedición de Magallanes-Elcano existían tres clases de miedos que podían afectar a la tripulación y que coexistían en una nao de escasos 20 metros de eslora. El miedo a lo desconocido, incluyendo las vicisitudes físicas de la navegación y otras como la enfermedad y el sufrimiento; el miedo a morir sin estar en "estado de gracia" y por último el miedo derivado de las supersticiones y leyendas marineras.ç

una práctica habitual era la de ocultar ciertos detalles del viaje a los miembros menos cualificados de la tripulación.

Comenzando por el primero de todos ellos, para Magallanes, Elcano y el resto de los capitanes, la principal preocupación era mantener la convivencia a bordo y el ánimo de las tripulaciones dentro de unos límites razonables. Para ello, una práctica habitual era la de ocultar ciertos detalles del viaje a los miembros menos cualificados de la tripulación. Hacía tan sólo 25 años que Colón había cruzado por primera vez el Atlántico, y poco más (1534) que los portugueses lograran aventurarse más allá del Cabo Bojador, considerado el "Cabo del Miedo". Las terribles corrientes y bancos de arena, así como los vientos del noreste habían llevado a afirmar a los padres de la Iglesia, San Agustín y San Gregorio, que más allá no había retorno posible con vientos contrarios, más allá se hallaba el abismo bíblico, el  "non plus ultra". Los marinos más experimentados confiaban en que los vientos alisios tuvieran su equivalente contrario más al norte, pero se trataba de una mera conjetura de la que tan sólo existían los relatos de Colón. Sea como fuere, y por este mismo miedo a lo desconocido, tanto Colón como Magallanes hubieron de mostrar una confianza absoluta ante sus hombres, y aún con todo sobre ambos planeó constantemente la amenaza del motín.

La mar del sur vista desde el reino de Chile, 1744. Fuente: Sociedad Geográfica española.

 

La segunda fuente de miedo tenía que ver con la religión. Antonio de Guevara (1481-1545) relata:

"Es saludable consejo, que todo hombre que quiere entrar en la mar, ora sea en nao, ora sea en galera, se confiese y se comulgue, se encomiende a Dios como bueno y fiel Cristiano: porque tan en ventura lleva el mareante la vida como el que entra en una aplazada batalla. Es saludable consejo, que antes que el buen Cristiano entre en la mar, haga su testamento, declare sus deudas, cumpla con sus acreedores, reparta su hacienda, se reconcilie con sus enemigos, gane sus estaciones, haga sus promesas, y se absuelva con sus bulas: porque después en la mar, ya podría verse en alguna tan espantable tormenta, que por todos los tesoros de esta vida, no se querría hallar con algún escrúpulo de conciencia".

Conocemos por la crónicas que los miembros de la expedición se otorgan mutuamente poderes, como es el caso de Elcano y Acurio. Según relata Pigafetta:

"Todas las mañanas se saltaba a tierra para oír misa en la iglesia de Nuestra Señora de Barrameda, y antes de partir, el capitán ordenó que toda la tripulación se confesara; prohibió además rigurosamente que embarcase en la escuadra ninguna mujer".

Virgen del Carmen de Bajo de Guía de Sanlúcar de Barrameda. Fuente: Atlas del patrimonio cultural en los puertos pesqueros de Andalucía.

Magallanes a lo largo de toda su vida mostró una religiosidad exagerada, probablemente dirigida a ocultar el hecho de ser descendiente de judíos conversos de la judería de Oporto.

Una vez a bordo el único consuelo posible para el marino ante la adversidad estaba en manos de la divinidad y los santos protectores, todos los barcos se nombraban y consagraban a un santo o virgen para su protección.  En los barcos de las coronas española y portuguesa se intentaba mantener los usos y costumbres católicos, sin embargo era extremadamente difícil. Durante la navegación no se celebraba la Eucaristía, tan sólo las denominadas "misas secas". por miedo a derramar los santos sacramentos. Era norma habitual que el capitán o maestre de la nao tuviese por imperativo ser buen cristiano y piadoso, con objeto de mantener un mínimo fervor religioso entre la tripulación. Magallanes, en su caso, se tomó muy en serio esta cuestión ya que le iba la vida en ello. A lo largo de toda su vida mostró una religiosidad exagerada, probablemente dirigida a ocultar el hecho de ser descendiente de judíos conversos de la judería de Oporto.

En cuanto a los religiosos que fueron en la expedición, Pedro de Valderrama, es el único clérigo de misa (capellán de la armada) que consta en los diarios de bitácora de los barcos de Magallanes y Elcano, hasta entonces rara vez encontramos un clérigo a bordo de los barcos mercantes  a no ser como pasajero. Oriundo de Écija, Valderrama zarpó a bordo de la nave Trinidad en calidad de  capellán. Se le dio por muerto junto con Magallanes el 27 de abril de 1521 a manos de indígenas en la emboscada de Cebú.

Alegoría de la primera misa celebrada en Cebú. Fuente: blog mimoleskinearquitectonico

Los otros dos fueron, Bernardo Calmetas, clérigo natural de Laytora (Francia). Volvió a España en la nao San Antonio. En 1522 aún lo encontramos en Tenerife. Y último de todos ellos fue Pedro Sánchez Reina, clérigo desterrado por Magallanes en el Puerto de san Julián, junto con Juan de Cartagena, por insubordinación, por haber amenazado a Magallanes "con el fuego del infierno". Juan de Cartagena con el concurso de Pedro Sánchez Reina había hecho matar a puñaladas a Luis de Mendoza, tesorero de la Armada. Como vemos, la ferviente piedad de Magallanes no fue obstáculo para condenar a un religioso.

La tarea  de estos religiosos consistía en celebrar misa en tierra y evangelizar a los indígenas. De las plegarias a bordo se encargaba el maestre. Las prácticas religiosas diarias se componían de una primera plegaria, que cantaba un paje al amanecer:

"·Bendita sea la luz 

y la santa Veracruz

y el Señor de la verdad

y la Santa Trinidad

bendita sea el alma

y el Señor que nos la manda

bendito sea el día 

y el Señor que nos lo envía"

Con posterioridad se entona el Pater Noster y el Ave María.  Al atardecer el paje trae la lumbre a la bitácora y para despedir el día entona:

"Amén y Dios nos de buenas noches,

Buen viaje y buen pasaje haga la nao,

Señor Capitán y Maestre y buena compañía"

Después dos pajes decían la doctrina cristiana y se recitaba de nuevo el Pater Noster, el Ave María, el Credo y la Salve Regina. A lo largo del día y la noche, una breve jaculatoria recitada por el paje encargado de la guardia acompañaba cada vuelta de ampolleta, más por asegurarse de que el paje permanecía despierto, que por fervor cristiano.

En una empresa de estas características, donde la práctica religiosa quedaba reducida a lo meramente formal, los marinos buscaban su propia forma de religiosidad, unas veces dentro del marco de la doctrina cristiana, otras en las supersticiones, cuando no mezclando ambas en una suerte de sincretismo. El tercer miedo para los marinos de la expedición de Magallanes-Elcano, eran las leyendas que  corrían de taberna en taberna, de boca a oreja, y llenaba de miedo los pechos y las mentes de los hombres en las interminables noches de navegación a lo desconocido.