Elkano, ¿una vuelta al mundo de la ciencia?

Guillermo Roa, Divulgador científico, Elhuyar Fundazioa
26 NOV, 2021

Desde el punto de vista científico, el famoso viaje de Elkano sirvió fundamentalmente para dos cosas. Por un lado, para confirmar una idea y, por otro, para subsanar un error. 

La idea, hasta entonces teórica, era que navegando hacia el oeste se podía acabar llegando al punto de partida viniendo de la dirección contraria, del este. O viceversa. Es decir, era posible hacer un viaje dando la vuelta alrededor de la tierra. Estaba ya aceptado que la tierra no es plana, pero nadie lo había comprobado hasta entonces sobre el terreno; nadie había hecho el viaje. En realidad, la expedición no tenía ese objetivo. Se trataba de una expedición comercial y política hacia las islas Molucas, las islas de las especias. El viaje lógico era navegar hacia el este, rodear el extremo sur de África y continuar por el Océano Índico hasta el destino. Pero era una ruta controlada por el enemigo, los portugueses, así que se decidió probar suerte viajando en dirección contraria y buscar la ruta teórica del oeste. Y por ello, acabaron por circunnavegar la Tierra. 


Selectorum Symbolorum Heroicorum Centuria Gemina / Neugebauer, Salomon. - Francofurti : Iennis, 1619. © Herzog August Bibliothek Wolfenbüttel 

El error que subsanó el viaje tenía que ver con el tamaño de la Tierra. Hacía muchos siglos se había medido el planeta de una forma muy ingeniosa, y con un resultado sorprendentemente cercano a la medida real. Eratóstenes de Cirene lo midió con dos estacas clavadas en sendas ciudades de Egipto, y llegó calcular que el diámetro de la Tierra es de 250.000 estadios, que es aproximadamente 40.000 kilómetros. Pero la cifra “oficial” en tiempos de Elkano era mucho menor que la real. Eratóstenes fue el primero que hizo la medida, pero no el único. Su trabajo había quedado casi olvidado, porque el historiador Estrabón recogió otra medida hecha por Posidonio, otro griego del siglo II a.C. Posidonio hizo varias mediciones, y aunque se acercó mucho al valor real en algunas, en otras se desvió mucho. El resultado que recogió Estrabón en su libro Geografía era 180.000 estadios, que equivalen a unos 28.000 kilómetros. Esta medida hizo creer a Magallanes y a Elkano que una vez superado el que hoy llamamos estrecho de Magallanes, el viaje estaba casi terminado. Y en realidad les esperaban como mínimo otros 12.000 kilómetros de navegación por aguas desconocidas. 

 

Hacía muchos siglos Erastóstenes había medido el planeta con un resultado sorprendentemente cercano a la medida real; después Posidonio hizo nuevas mediciones, más desviadas, pero se popularizaron a través de Estrabón.

 


Reconstrucción del siglo XIX (según Bunbury) del mapa de Eratóstenes del mundo conocido en su época.

 

Se puede argumentar que esas fueron las mayores contribuciones del viaje a la ciencia. Y realmente fueron fundamentales para el avance de la cartografía, por ejemplo. Ya no era solamente conocer nuevas tierras y nuevos mares. Además, había que dibujarlos en un mapa global que representaba un mundo esférico. 

Pero en realidad es muy difícil que un solo viaje histórico sea una revolución en el mundo de la ciencia.

Más bien suele ser al contrario: gracias a los avances tecnológicos se puede hacer un gran viaje. Eso es lo que ocurrió a finales del siglo XV y a principios del siglo XVI. Se iba dejando atrás la edad media. Se mejoran los barcos. Se entendían mejor el mar y la navegación. Y hubo un gran avance gracias a pequeñas tecnologías revolucionarias medievales. La brújula, el astrolabio, la ballestilla, las velas latinas y el timón de codaste son ejemplos claros. Todas aquellas tecnologías hicieron posible usar el viento para viajar todo lo posible en una esfera de océanos de 40.000 kilómetros. Por cierto, la navegación fue posible gracias a una energía renovable, la eólica, pero, por supuesto, eso es debido a que no tenían otra opción de propulsión en la época. 

 

Se puede argumentar que el viaje realizó aportaciones a la ciencia, pero en realidad es muy difícil que un solo viaje histórico sea una revolución en el mundo de la ciencia.

Por otro lado, los navegantes se encontraban con problemas que no iban a poder solucionar, aunque ellos creyesen que sí. Saber dónde estaba un barco era fundamental. Tenían recursos para estimar la latitud de su posición, pero era imposible hacer una estimación precisa de la longitud. No podían saber en alta mar cuánto al oeste o al este se encontraban en un momento determinado. El secreto de la longitud era conocer en todo momento la hora del puerto de partida. Para ello era necesario contar con un reloj fiable en las condiciones de navegación; la tecnología necesaria para construir uno se desarrollaría 300 años más tarde. 

El geógrafo y el naturalista. Adriaen Stalbempt. 1621 –24. Museo del prado.

En cualquier caso, la ciencia va más allá de la navegación. Los viajes del siglo XVI contribuyeron  en su pequeña medida a la astronomía, la meteorología, la biología, la nutrición, la medicina, etc. Los relatos de los grandes viajeros, como Elkano, aportaban nuevos datos imposibles de valorar individualmente, pero absolutamente necesarios para que poco a poco se desarrollara la ciencia. No eran viajes científicos, puesto que tal cosa no existía todavía, pero eran una fuente de nuevo conocimiento sin duda alguna.