La primera circunnavegación a la Tierra tuvo diversas consecuencias, más allá del logro que representó per se. Por primera vez, cada lugar y territorio concretos tomaron conciencia de sí mismos en función de su ubicación en el conjunto. También del hecho de que quien quisiera dominar el mundo debía dominar el mar.
Si el viaje de Colón puede considerarse como el culmen de la primera etapa de viajes ibéricos, a partir de él se desarrolla otra, con protagonismo castellano en el Atlántico y el Pacífico y portugués en el Índico, que culminará con el citado tornaviaje de Urdaneta en 1568. Un tornaviaje que simboliza como ningún otro episodio la realidad de un mundo conectado a través del mar. Es en esta etapa en la que la expedición de Magallanes-Elcano supone un hito. No solo por la heroicidad del viaje ni solo por el hecho de suponer la primera circunnavegación. Quizá fuese más significativa la conciencia que demostraron los expedicionarios que volvieron -Pigafetta, el propio Elcano- sobre el alcance de sus logros. El primero, en un famosísimo pasaje de su Diario describirá la inmensidad del Pacífico con todo lo que ello suponía:
“El miércoles 28 de noviembre de 1520 nos desencajonamos de aquel estrecho, sumiéndonos en el océano Pacífico. Estuvimos tres meses sin probar clase alguna de viandas frescas (...) En estos tres meses y veinte días recorrimos cerca de cuatro mil leguas del Mar Pacífico, en una sola derrota (bien pacífico, en verdad, pues en tanto tiempo no conocimos ni una borrasca); sin ver tierra alguna, sino dos islotes deshabitados, en los que nada se encontró fuera de pájaros y árboles” (Pigafetta, 1985: 75-76).
Hernando de Magallanes y Antonio Pigafetta
El descubrimiento de la inmensidad del Pacífico -tres meses de viaje sin tocar tierra, y ello con mareas y vientos a favor- echaba por tierra cualquier teoría a favor del predominio de las masas terráqueas sobre las marinas.
Por su parte, Elcano definirá, en otra no menos famosa afirmación, el gran logro de la expedición desde el punto de vista científico: “lo que más avemos de estimar y tener es que hemos descubierto e redondeado toda la redondeza del mundo, yendo por el ocidente e veniendo por el oriente”, despejando así cualquier duda acerca de la esfericidad del planeta y la posibilidad de rodearlo.
Juan Sebastián de Elcano
La claridad con la que los protagonistas describen lo conseguido desacredita valoraciones desconsideradas hacia los logros de la expedición, como la del historiador francés Roland Mousnier, quien la calificó de “proeza deportiva de mediocre interés comercial” y que ya criticara Bennassar (1985: 62). En una postura radicalmente opuesta, el filósofo alemán Peter Slöterdijk, en sus reflexiones acerca de los orígenes de la globalización, concede a la expedición de Magallanes-Elcano una importancia indiscutible. Según él (por ejemplo, Sloterdijk, 2018: 57-58), la expedición confirmó algunos hechos que supusieron una clave para el futuro desarrollo de la modernidad. En concreto:
- Que la Tierra puede ser rodeada: ya no solo hay viajes de ida sino también de vuelta, y el mundo comienza a mirarse con los ojos de los que han vuelto.
- Que los Océanos están conectados entre sí, forman un contexto propio y son navegables globalmente.
- Que el planeta está rodeado de una atmósfera que puede ser respirada por los europeos, cosa que distaba de estar clara en aquellos momentos.
Podría añadirse a todo ello que la toma de conciencia de la unidad del planeta condujo a que cada lugar y territorio concretos tomasen conciencia de sí mismos en función de su ubicación en el conjunto, problema este que se planteaba por primera vez (una aplicación de este problema a la historia vasca la hemos desarrollado en Achón, 2019). En suma, el planeta estaba primordialmente compuesto de agua y quien quisiera dominarlo debía dominar el mar, pues solo a través del líquido elemento podían comunicarse las diferentes pars mundi. Este es el fenómeno que no comienza pero que sí se acelera de forma irreversible con Colón y Elcano: la percepción del globo en su totalidad y de las partes que lo componen como mundos conectados gracias al mar. El océano comenzaba a verse, ya no como algo que dividía sino como algo que comunicaba y, por tanto, como la pieza clave de una nueva estrategia geopolítica.
Primera vuelta al mundo. Autor: Smarino75, CC BY-SA 4.0.
Por cierto, esa nueva conciencia se relaciona directamente con la ya mencionada capacidad de observación de muchos cronistas y autores de Relaciones de estos viajes y expediciones. Ese naciente empirismo que dará lugar a una nueva manera de entender el mundo tenía también unos objetivos políticos y económicos claros. Dicho de otra manera, las anotaciones precisas de un Pigafetta o un Urdaneta acerca de localizaciones geográficas, usos de las gentes de diferentes lugares o productos que abundan en ellos obedece claramente a una intención: volver. O, para ser más precisos: volver y dominar; volver para controlar la ruta de las especias, para extraer oro y plata o para incorporar un nuevo territorio a la monarquía. La traducción política de estos conocimientos se refleja en el hecho de que en 1524 el propio Elcano -y también Hernando Colón y el hijo de Américo Vespucci- participasen en las Juntas de Elvas-Badajoz de 1524 en las que se intentó -sin éxito- precisar el trazado, en sus antípodas, de la línea esbozada en Tordesillas (Comellas, 2019: 205). Que las islas de las especias pasasen a Portugal o a Castilla dependían de ello.
El mundo cambió en las primeras décadas del XVI y el rumbo iniciado no tendría vuelta atrás. Una modernización se anunciaba, pero quizá no tanto ligada a los factores que desde Burckhardt hemos asociado al Renacimiento (individualismo, secularización, capitalismo, estado-nación…) y que debían esperar todavía unos siglos para considerarse motores de la acción social y pilares culturales. Lo que sí impactó en la época fue la evidencia de un mundo conectado en el que todos deberán ubicarse y en el que las potencias europeas adquirirán una posición de predominio en detrimento de las orientales. Es lo que el historiador francés Gruzinski ha llamado “la otra modernidad”, aquella en la que “las partes del mundo se transforman al entrar en contacto unas con otras” (Gruzinski, 2010: 93).
Otros artículos de esta serie:
El Océano, antes y después de Elcano (1/4): El océno medieval
El Océano, antes y después de Elcano (2/4): Mapamundis y viajes.
El Océano, antes y después de Elcano (4/4): Dominar el océano