El Océano, antes y después de Elcano (2/4)

José Angel Achón Insausti, Universidad de Deusto
23 ABR, 2020

La evolución de la cartografía entre los siglos XV y XVI reflejó no solo el conocimiento que, gracias a la navegación transoceánica, se fue adquiriendo sobre la configuración del orbe, sino también la evolución de la concepción del ser humano, que se fue situando en el centro de la Creación. Los viajes ibéricos marcaron los hitos principales de aquella transformación. 

El océano fue un gran desconocido hasta la segunda mitad del siglo XV. Y, como consecuencia, también lo fue el espacio que ocupaba en el globo y particularmente la proporción tierra/agua del orbe. Todo ello se refleja perfectamente en las representaciones cartográficas. En ellas, la falta de experiencia, de conocimiento experiencial, se intentó compensar con referencias clásicas y bíblicas.

Son conocidos los mapamundis en T y en TO. En T porque las tres partes del mundo entonces conocidas quedaban separadas por una línea vertical -el Mediterráneo entre Europa y África- y dos horizontales: a la derecha, el Nilo que separaba África y Asia, y a la izquierda, el Don entre Europa y Asia. En O, porque en este tipo de mapamundis una franja circular rodeaba todo el orbe: era el océano. Frecuentemente se incorporaban referencias bíblicas, como en el caso del mapamundi de Westminster, de mediados del siglo XIII. Representando a todo el conjunto bajo el mandato de Cristo, se localizaba el Paraíso en Asia, en la parte superior del mapa y, en el centro del mismo, Jerusalén.

Mapamundi de Westminster.

 

Ya en 1459, uno de los mapas más representativos de la evolución en el conocimiento del planeta fue el de Fra Mauro, realizado en Venecia por encargo del rey portugués. Sobre la base aún de un TO, se introduce ya información actualizada y la recepción de las concepciones tolemaicas. Así, se distingue con claridad el Índico o la circunnavegabilidad de África; todavía figura el Paraíso, ahora en la parte inferior -pero el mapamundi está, a nuestros ojos, al revés, localizando el sur en el norte y viceversa-y, por lo que ahora nos interesa, permanece con claridad la preponderancia absoluta del elemento tierra sobre el elemento agua.

Es precisamente esto último lo que pondrá en cuestión el viaje de Magallanes-Elcano, como veremos. Pero, de hecho, no deja de ser curioso que, todavía hacia 1570, en los mapas de Typus Orbis Terrarum de Ortelius, y ya desde un conocimiento mucho más preciso del orbe, permanezca una expectativa de predominio de las masas terrestres depositada entonces en la “quinta parte del mundo” que comenzaba a descubrirse, la terra australis.

Typus Orbis Terrarum (Ortelius, 1570).

 

La evolución de estos mapamundis puede verse en la interesante web sobre cartografía que incluimos en la Bibliografía (VVAA, 2007-2010) y en la de Álvaro Aragón de esta misma web sobre la cartografía del siglo XVI (Aragón, 2019).

Pero avancemos con orden. Para entonces, en ese lapso de algo más de un siglo, el conocimiento sobre el planeta y el océano habían progresado de manera revolucionaria. ¿Cuáles fueron sus hitos principales? Sin duda, los que marcaron los viajes ibéricos.

Los viajes ibéricos

Durante el siglo XV, la exploración del Atlántico, protagonizada principalmente por los portugueses, marcará los tiempos y supondrá una ruptura de grado frente a lo que había sido la navegación fluvial e incluso la mediterránea. A lo largo de todo un siglo, los navegantes mejorarán los instrumentos de navegación y las propias naves, adecuándolas a la navegación en alta mar; comprenderán la lógica de vientos y corrientes atlánticas, aprendiendo a ir y volver por diferentes rutas; y ensayarán en las islas procesos de colonización, adaptación ecológica y contacto con nuevas poblaciones y culturas. El éxito de estos viajes -valgan como hitos más señalados los logrados por Bartolome Dias en 1486, doblar el cabo de Buena Esperanza, y Vasco de Gama en 1497-99, con su llegada a la India- conseguirá inculcar en la mentalidad de la época, a través de la experiencia, lo que los humanistas y filósofos llevaban ya un tiempo proclamando desde la teoría: la capacidad del ser humano para enfrentarse a la naturaleza y conocerla y superar sus obstáculos. Aún más: confiar en estas capacidades humanas no era incompatible con las creencias religiosas; al contrario, era el mejor homenaje a la confianza que Dios había puesto en el único ser –como había proclamado Pico della Mirandola– capaz de admirar la Obra divina y de situarse en el centro de la Creación. A pesar de que el miedo y las fantasías seguirían siendo compañeros inseparables de la navegación en altura, el conocimiento del océano se hizo más preciso, pues el viaje no era de recreo, sino que perseguía fines concretos, religiosos, comerciales o políticos, y ello exigía rigor en la localización de los lugares y de los itinerarios. Una ojeada al planisferio de Cantino de 1502, del que hablaremos en el siguiente capítulo, vale para comprobar el progreso en este apartado. 

Firma de Andrés de Urdaneta.

 

Aunque, quizá, para observar el mejor ejemplo que tenemos en tierras vascas de ese nuevo talante, debemos avanzar un poco en el tiempo. El guipuzcoano Andrés de Urdaneta, antes de descubrir el tornaviaje, participará en la segunda expedición de Elcano a las islas de las Especias y escribirá un Diario que es un precioso testimonio del nuevo espíritu que impregna estos viajes (Urdaneta, 1907). Un perfecto ejemplo del espíritu observador, propio de una nueva forma de conocimiento experimental, que caracteriza a muchos de estos viajeros y que inunda sus páginas de precisas descripciones geográficas, de relatos sobre las penurias del viaje, o sobre las costumbres de los indígenas de diferentes latitudes y los productos que pueden obtenerse en uno y otro lugar. La biografía de marino de Ordizia es la propia de ese homo nuovo que caracteriza al Renacimiento (véase al respecto Truchuelo, 2009). Su figura integra en una sola las figuras del marino, el monje, el conquistador, el científico, el encomendero o el defensor de los indios. Un espíritu curioso y empirista que culminará con las observaciones que le hicieron dar con la vuelta desde Asia hasta América -el tornaviaje- y que, no lo olvidemos, hará realidad la posibilidad abierta por Magallanes-Elcano, haciendo efectiva la conexión real entre todas las partes del mundo a través del mar Océano.

En el próximo artículo de esta serie abordaremos el impacto que tuvo la primera circunnavegación en el conocimiento del océano. 

 

 

Otros artículos de esta serie:

 

El Océano, antes y después de Elcano (1/4): El océno medieval

El Océano, antes y después de Elcano (3/4): El impacto de la primera circunnavegación 

El Océano, antes y después de Elcano (4/4): Dominar el océano