El Descubrimiento de Europa (III): África

Sirio Canós Donnay, Arqueóloga, Incipit-CSIC
25 ENE, 2022

En las dos entradas anteriores hemos visto como varias culturas asiáticas –China y Japón, así como Persia e India– descubrieron Europa, y como quién es considerado ‘descubridor’ y quién ´exótico’ es meramente una cuestión de perspectiva. Hoy vamos a hablar de África, un continente cuya historia tradicionalmente ha sido escrita por otros. Así que revirtamos la mirada: ¿cómo sería la historia de Europa si se hubiera escrito desde una perspectiva africana?

Empezamos este repaso en Egipto, donde las representaciones de europeos (griegos, más concretamente) son comunes, aunque casi siempre en posición subordinada y trayendo presentes. Apuestos y bronceados, estos griegos son, no obstante, descritos con cierta condescendencia: ‘Vosotros los griegos’ – dijo un sacerdote egipcio en el s. VI – ‘sois como niños [...]. Vuestras almas están vacías de creencias sobre la antigüedad transmitidas por una tradición ancestral’.

 

Cretenses portando regalos (lingotes de cobre y calderos) Tumba de Rekhmire (ca 1479-1425 aC). Fuente: Metropolitan Museum

Más al sur, en Etiopía, la conversión de sus emperadores al cristianismo en el s. IV les llevó a interesarse por la Europa cristiana. En una época en que la mayoría de reinos europeos no sabían ni siquiera ubicar Etiopía en el mapa, viajeros, peregrinos y embajadas etíopes recorrieron el sur del continente, desde Santiago de Compostela hasta Nápoles, pasando por Avignon, Roma y Valencia. Aunque los historiadores europeos insistieron durante mucho tiempo que el propósito de estas embajadas era obtener apoyo militar, los textos etíopes reflejan una preocupación muy distinta: obtener tesoros religiosos y traerse de vuelta artesanos extranjeros  para decorar sus monumentales iglesias y monasterios con materiales de toda la cristiandad.

En varias ocasiones, etíopes de viaje por Europa quedaron tan horrorizados de la ignorancia local que escribieron manuales para educar a los teólogos europeos en la sofisticación del cristianismo etíope

Para estos emperadores etíopes Europa era por tanto ‘la periferia’, un sitio del que admiraban su artesanía y también algunas de sus invenciones (la imprenta especialmente), pero del que deploraban su ignorancia respecto al resto del mundo (y de Etiopía en particular), su aparente necesidad de estar en constante guerra unos con otros a pesar de ser todos cristianos y la propensión a publicar libros de cualquier evento, por nimio que fuera. En varias ocasiones, etíopes de viaje por Europa quedaron tan horrorizados de la ignorancia local que escribieron manuales para educar a los teólogos europeos en la sofisticación del cristianismo etíope, como el Fides, Religio Moresque Aethiopium del erudito etíope Sagã Za'ab en 1540.

Batalla de Adua en 1896 entre el ejército etíope y el italiano, que terminó con la derrota del segundo. Desgraciadamente, hasta finales del s. XIX todo el arte etíope es religioso y por tanto no incluye representaciones de europeos.  Fuente: Collectie Stichting Nationaal Museum van Wereldculturen

Al otro lado del continente, la llegada a la desembocadura del río Senegal en 1446 del portugués Nuno Tristão inició una era de comercio internacional a lo largo de toda la costa. Los primeros contactos no fueron siempre fáciles: cuando el capitán portugués Cadamosto entró en el río Gambia en 1455 fue recibido con una lluvia de flechas envenenadas. Tras conseguir calmar los ánimos, los portugueses explicaron que habían venido a comerciar, a lo que los gambianos contestaron que muchas gracias pero que no, que ya les habían llegado noticias del norte sobre una gente pálida que ofrecía objetos curiosos a cambio de personas y que ellos con caníbales no comerciaban (porque cómo se explicaba si no tanto interés en comprar gente, si no era para comérselos).

Algunas décadas más tarde, en la actual Ghana, el rey local (conocido por los portugueses como Caramansa) se mostró sorprendido a la llegada del capitán Diego de Azambuja por lo bien vestido y limpio que venía el marino, en comparación con el resto de europeos que había visto hasta el momento, gente ‘sucia y mal vestida, que se contenta con cualquier cosa a cambio de sus mercancías’. La paupérrima apariencia de los europeos es de hecho un tema recurrente: cuando llegó el explorador escocés Mungo Park a Segou (en la actual Mali) en 1795, hambriento, sediento y con poco más que lo puesto, sobrevivió gracias a una anciana que se apiadó de él y le dio cobijo. Mientras descansaba, Park oyó como las hilanderas del pueblo cantaban una canción improvisada sobre él: ‘Los vientos rugieron y las lluvias cayeron// El pobre hombre blanco, débil y cansado, vino y se sentó debajo de nuestro árbol// No tiene madre que le traiga leche, ni mujer que le muela el maíz// Apiadémonos del hombre blanco, que no tiene madre’.

En la ciudad de Benín, en la actual Nigeria, la llegada de los portugueses fue un revulsivo para los artesanos y artistas locales, que además de encontrar un nuevo mercado para sus obras, quedaron tan fascinados por la extraña apariencia de los recién llegados que empezaron a incluir a estas criaturas blanquecinas de pelo lacio, nariz prominente, plumas en la cabeza y ropajes extraños como motivo decorativo en las placas de latón que adornaban el palacio real. En ellas, los portugueses aparecen como uno más de los grupos subordinados al oba, rey de Benín, llevando a menudo ‘manillas’ de cobre, moneda de la época y símbolo del comercio.

Dos placas de latón del palacio real de Benín. Izquierda:  comerciantes portugueses sujetando ristras de 'manillas'. Derecha: el oba (rey) de Benín y un sirviente, con pequeño portugués decorativo en medio (tocando un silbato y con una pluma en su sombrero).

En el África meridional, la apariencia de los europeos también causó sensación, aunque generó opiniones encontradas respecto a su valor estético. Por ejemplo, Shaka (1787-1828), famoso rey zulú, tras haber observado a los europeos en su territorio, concluyó que efectivamente estos ‘habían heredado habilidades y bienes muy valiosos de sus antepasados’, pero que desgraciadamente esta herencia no incluía ‘una buena piel negra’ y el resultado era que los pobres europeos ‘se veían forzados a llevar siempre ropa para ocultar su piel blanca, tan desagradable a la vista’. Sin embargo, uno de los poetas en su corte, dedicó los siguientes versos en honor del comerciante inglés Henry Francis Fynn: 'Bello como los pájaros ratón de la bahía//Que son amarillentos en las alas// Es nuestro hombre blanco, a través de cuyas orejas brilla el sol'.

A partir del siglo XVII, aumenta exponencialmente el número de testimonios de viajeros africanos en Europa. Por ejemplo, el hijo del rey de Naimbana (en la actual Sierra Leona) de viaje de estudios en Londres a final del s. XVIII, comentó a sus compañeros que le había sorprendido gratamente comprobar que los ingleses en Londres estaban ligeramente menos alcoholizados que los que se había encontrado en su tierra.  Otro testimonio famoso es el de Khama, Sebele y Bathoen, tres líderes Tswana que en 1895 visitaron Inglaterra para evitar (con éxito) que Cecil Rhodes tomara posesión de su territorio y garantizar así la independencia de la futura Botswana. Entrevistados diariamente por la prensa británica, confirmaron que la Reina Victoria les había parecido ‘encantadora, aunque inusualmente pequeñita y fornida’ y el secretario colonial Chamberlain ‘digno y bien informado pero un poco demasiado joven para dirigir un imperio tan grande’. Respecto al país, les impresionaron los puentes colgantes y los palacios, pero sobre todo lo verde y mullido de la hierba. Tras visitar varias ciudades y monumentos, concluyeron: ‘Inglaterra cuida bien de sus cosas pero desecha a su gente’.

Tres líderes Tswana que en 1895 visitaron Inglaterra, entrevistados por la prensa británica, concluyeron: ‘Inglaterra cuida bien de sus cosas pero desecha a su gente’.

Si unimos todos estas descripciones, ¿qué imagen de Europa nos queda? Pues principalmente una de reinos periféricos en constante guerra entre sí, gente con serios problemas de higiene y/o alcoholismo, gobernantes pequeñitos, sin madre que nos cuide, con tendencia al canibalismo, pelo recién electrocutado, avergonzados de nuestra palidez, e ignorantes de las más básicas costumbres de convivencia. Sin descartar que esta descripción tenga algunos elementos de verdad, nadie la aceptaría como representativa de la historia europea, por estar basada en una serie de anécdotas y malentendidos culturales. Y sin embargo, eso es precisamente lo que se ha hecho durante mucho tiempo (y tristemente en algunos casos se continúa haciendo) con la historia africana.

 

Para saber más:

Sobre las embajadas renacentistas a Europa: este artículo en El País y el libro Africa’s discovery of Europe .

Sobre primeros encuentros con Europeos en África: el diario de Mungo Park (Viajes a las Regiones Interiores de África) es interesantísimo y se lee como una novela.

Sobre la visita de los tres reyes Tswana: el libro King Khama, Emperor Joe and the Great White Queen de Neil Parsons.