Balada para un primate vagabundo

Emiliano Bruner, Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, Burgos
24 MAR, 2021

En términos evolutivos, cuando tu ambiente cambia solo te quedan tres posibilidades; adaptarte, extinguirte o emigrar en busca de nuevas oportunidades. El ser humano empezó a emigrar por todo el planeta a pesar del clima o de los elementos ambientales que iba encontrando. Fuego, abrigos, armas y carabelas lo transformaron en una especie viajadora e invasora.

No necesito a nadie, porque aprendí a estar solo. Y cualquier lugar donde repose mi cabeza, lo voy a llamar casa.

Anywhere I Lay My Head, Tom Waits

Más de un siglo y medio ha pasado desde el famoso ensayo de Darwin sobre el origen de las especies, y es curioso cómo, después de tanto tiempo, seguimos todavía anclados a muchos preconceptos culturales sobre los principios y los mecanismos de la evolución. Tal vez sea por superficialidad, por carencias de la educación y de la divulgación científica, o sencillamente porque seguimos ignorando cualquier evidencia que no nos sitúe en el centro del universo, pero seguimos con muchos clichés y simplificaciones que reducen la evolución a una epopeya gráfica centrada en el triunfo humano. Muchas veces seguimos representando el proceso evolutivo como gradual y lineal, cuando ya desde hace tiempo sabemos que en realidad puede presentar ramificaciones y saltos rápidos. También seguimos asociando el concepto de evolución al concepto de progreso, un viaje desde especies más imperfectas hacia especies más gloriosas, cuando sabemos que en realidad toda especie es perfectamente adecuada a un ambiente en el momento en que lo habita.

 


Los exploradores y los antropólogos europeos, en las Américas, se encontraron con una asombrosa variabilidad somática, fruto de múltiples poblamientos por parte de diferentes grupos geográficos. Aquí una selección de imágenes de las que fueron recogidas por el antropólogo italiano Renato Biasutti, en la primera mitad del siglo pasado, para su histórica enciclopedia “Razas y Pueblos de la Tierra”. Después de un siglo, la mayoría de estos grupos antropológicos ya no existen. Montaje realizado por el autor del artículo a partir de imágenes procedentes del citado líbro.

Fardamos de nuestro éxito como especie supuestamente sabia e inteligente, olvidando que las cucarachas y las medusas están aquí desde hace mucho más tiempo que nosotros los humanos, son muchas más, y aquí se quedarán cuando, antes o después, nuestra especie ya se haya extinguido. Incluso el primitivo Homo erectus, pobre troglodita, ha pululado por esta tierra a lo largo de casi dos millones de años, un éxito que con toda probabilidad Homo sapiens, con sus pocos cientos de miles hasta la fecha, no logrará superar. Tampoco es cierto (como se repite a menudo dando un disgusto al pobre Darwin que se retuerce en su sepulcro) que sobrevive siempre el mejor, o el más fuerte. Primero, la selección natural solo hace caso al número de hijos, al éxito reproductivo, y no sabe de fuerza o de inteligencia. Segundo, la selección tampoco escoge a los que lo hacen mejor, sino que se limita a eliminar a los que son un desastre, y que no logran ni siquiera alcanzar un umbral decente. Tercero, en general esta criba no se sufre cuando las cosas van bien, sino sobre todo cuando se tuercen: sobrevive el que se adapta mejor a los tiempos que cambian.

Incluso el primitivo Homo erectus, pobre troglodita, ha pululado por esta tierra a lo largo de casi dos millones de años, un éxito que con toda probabilidad Homo sapiens, con sus pocos cientos de miles hasta la fecha, no logrará superar.

Sí, porque todo cambia: el clima, la geografía, las presas y los depredadores, las enfermedades y los recursos alimenticios. La ecología es una red muy compleja de factores físicos, químicos y biológicos donde todo está conectado, un laberinto de causas y consecuencias muy pero que muy impredecible, con fluctuaciones que no van a ningún lado, no tienen meta ni objetivos, y zigzaguean cambiando de rumbo sin mucho preaviso. Y cuando tu ambiente de repente cambia y ya no le resulta cómodo a tu organización biológica, te quedan solo tres posibilidades. La primera es adaptarte, es decir, empezar a sesgar la estructura génica de la población para producir individuos diferentes, más adecuados a las nuevas reglas. La segunda es extinguirte. Esto puede no gustar mucho pero, que se sepa, es el destino de toda especie que haya pisado esta tierra, sin excepciones. Se puede retrasar el momento, pero antes o después tocará dejar espacio a nuevas ideas. Como es lógico, a cada cambio ambiental son muchísimas más las especies que se extinguen que las que logran cambiar de una forma adecuada. La tercera opción es la emigración. Marcharse. Si un ambiente ya no es conforme a lo que necesito, lo más fácil es levantar el campamento e ir a buscar otro sitio que sea más adecuado a mis capacidades, y sobre todo más compatible con mis limitaciones. Y, como es lógico, esta es la elección que hacen los demás. Especies, si hablamos de zoología, o poblaciones humanas, si hablamos de antropología. Marcharse es mucho más fácil que cambiar, y mucho más agradable que extinguirse.


Montaje realizado por el autor del artículo a partir de imágenes procedentes del líbro  “Razas y Pueblos de la Tierra”, de Renato Biasutti.

Es el triunfo de la diversidad, una clave siempre vencedora en las apuestas evolutivas.

En general, las rutas de estos viajes de desplazamiento las marca el medio ambiente, porque los animales pueden cruzar solo aquellos caminos que son conformes a su capacidad de supervivencia. Una montaña, un desierto o un río pueden ser barreras infranqueables, que atrapan y que arrinconan, que detienen y que aprisionan. A lo largo de su primer millón de años, también los seres humanos, con toda probabilidad, han tenido que recorrer estos pasadizos ecológicos para llegar lejos de su África natal, desplazándose a lo largo de las regiones meridionales de Asia. En estos casos se usa el término «emigración» para no confundirse con «migración», que más bien se refiere a los movimientos cíclicos y estacionales de aquellos animales que dividen su existencia alternando áreas más cálidas y más frías para optimizar recursos y reproducción. Al contrario, la emigración solo es en una dirección, no hay vuelta atrás. Luego llegó la cultura, y el ser humano empezó a cambiar el medio ambiente en lugar de cambiar su biología, haciéndose cada vez más independiente de aquellos pasillos biogeográficos, emigrando por todo el planeta a pesar del clima o de los elementos ambientales que iba encontrando. Fuego, abrigos, armas y carabelas cambiaron su perfil ecológico, transformándolo en una especie colonizadora, viajadora, e invasora. El éxito soberbio y arrasador de la plaga.

Las rutas se multiplicaron. Tanto, que se perdieron sus huellas cruzándose una y otra vez en rondas de ida y de vuelta, que dejaron un popurrí antropológico imposible de descifrar, tanto en el cuerpo como en los genes de nuestras poblaciones actuales. El último continente en ser poblado fue América, y el cruce fue tan intricado que todavía hoy en día no sabemos bien qué es lo que ha pasado, de dónde han venido las múltiples olas de pioneros y cómo se ha podido generar un puzle de razas y de colores semejante. Es el triunfo de la diversidad, una clave siempre vencedora en las apuestas evolutivas.


Montaje realizado por el autor del artículo a partir de imágenes procedentes del líbro  “Razas y Pueblos de la Tierra”, de Renato Biasutti.

La diversidad, biológica y cultural, es el resultado de un equilibrio, a veces mágico y a veces trágico, entre transformarse y moverse, entre la adaptación de los que se quedan y la aportación de los que acaban de llegar.

Somos primates vagabundos. Nunca nos paramos. Llevamos con nosotros nuestros genes, nuestras lenguas y nuestras herramientas, que se transmutan a cada paso y a cada llegada, mezclando biología e historia, dejando rastros como vestigios perecederos de algo que nunca es, y siempre se transforma. Estos rastros, en forma de libros, de utensilios, de idiomas, de templos, de alelos o de canciones, nos hacen creer que en un tiempo pasado hubo una realidad estable y originaria, natural y nativa, pero sin embargo solo son fotografías, instantáneas, de un flujo que en realidad nunca se para. Nos anclamos a tradiciones que en sus tiempos fueron novedades, y nos apegamos a consolidadas costumbres que poco antes habían representado rupturas. Vemos un comienzo donde solo había otro final, mirando a antepasados que en realidad nacieron como progenie. Los tiempos increíblemente breves de nuestras vidas nos llevan a percibir estabilidad donde sin embargo siempre hay cambio, y a buscar uniformidad en algo que es el fruto de una continua mezcla.

La diversidad, biológica y cultural, es el resultado de un equilibrio, a veces mágico y a veces trágico, entre transformarse y moverse, entre la adaptación de los que se quedan y la aportación de los que acaban de llegar. El ser humano es parte de este viaje, un viaje sin metas, pero con muchos horizontes. Sería mejor nadar a favor de esta corriente y surfear sus olas, que enfrentarse a ella arriesgándose a hundir el barco. Ya lo hemos dicho: apostar por el cambio, extinguirse, o explorar otras tierras de este hermoso planeta. En nuestro caso, la última opción ya no nos queda.

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